-Te emocionarás cuando suene la Velvet, te volverás
a enganchar.
Mis amigos me lo advirtieron: el fan siempre recae y más cuando se
trata de un grupo tan ligado a nuestras vidas como Amaral. Su disco "Hacia lo salvaje" nos convirtió en una familia repartida por
toda España. Unos veníamos de Lady Gaga, otros de Nacho Vegas, alguna de The Cranberries…
pero convergimos en un punto común: la necesidad de huir y erigir el
rock como bandera. Lo hicimos y aquello nos salvó; de la realidad, de
los problemas cotidianos, de la música compuesta por dos acordes y un
verso con incorrecciones gramaticales…
Al inicio de los conciertos de Amaral suena "All tomorrows parties"
y así fue como, en su día, unos quinceañeros con escasa
cultura musical conocieron a la mítica Velvet Undreground. Y nos enamoramos de ella. Sobre todo del
citado himno que se convirtió en un sentimiento: con la primera nota
se desataban los temblequeos, gritos histéricos e incluso alguna
lagrimilla (hay fotos en prensa documentándolo, por desgracia).
Siempre en primera fila, por supuesto. Cuando confesábamos que
llevábamos a las puertas de un polideportivo desierto desde las ocho
de la mañana, la gente nos reprochaba nuestra obsesión con la que
denominamos "pole position". En una de estas, alguien mentó a John Boy. La mayoría no teníamos el gusto de conocerlo,
pero gracias a aquella canción que parecía describir nuestra
vida, al mes siguiente volvimos a vernos en un concierto de Love of Lesbian. Ocurrió similar cuando otro nos
alentó con un "Ánimo, valientes" y nos remitió a los
recién formados Leones.
Como éramos muy groupies, nos creíamos en el derecho (y casi la
obligación) de gritar y pedirles cosas en los conciertos. Un hit
recurrente era "¡Que cante Juan, que cante Juan!".
Comprometidos y agradecidos, a veces nos contentaban. En una de estas,
allá por 2012, el famoso guitarrista entonó unos versos sobre
bailar toda la noche y conducir a Berlín espoleado por las anfetas.
Cuando llegamos a casa ya coreábamos a la perfección "Toro" de El Columpio Asesino. Antes de que se hiciera
popular en todos los garitos, nosotros ya estábamos enganchados (al
hit, no al speed, ¡nuestra única droga es la música! y el
ibuprofeno, tantas horas de fila pasan factura).
No exagero con lo de las filas. En 2013 asistimos al Dcode.
Tocaban decenas de grupos nacionales e internacionales, pero naturalmente
nuestro propósito era ignorarlos a todos y centrarnos en Amaral. Una
amiga y yo nos plantamos en el campus de la Complutense al rayar el alba
(ojalá esto fuera un recurso retórico y no una bochornosa
realidad). Estábamos nosotras y unas chicas argentinas: nuestras
homólogas de Franz Ferdinand. Hacía frío e
íbamos vestidas para los 40 grados de por la tarde, no para los veinte
de por la mañana. Con enorme amabilidad, nuestras nuevas amigas nos
prestaron una bandera de su país firmada por la banda escocesa para
que nos tapáramos. Decidí que si Franz Ferdinand me había
salvado de la hipotermia, lo menos que podía hacer era quedarme a su
concierto. Y así lo hicimos.
No fue la única banda internacional que Amaral trajo de refilón a
nuestras vidas. En numerosas ocasiones, Eva y Juan recomendaron la
autobiografía de Mark Everett, "Cosas que los nietos
deberían saber". Como la fan obediente que soy, lo leí y se
convirtió en uno de mis libros de cabecera. Años después, el
"Electro-Shock Blues" que Everett dedicó a su hermana y madre
fallecidas me reconfortó durante un trago amargo. Ahora puedo actuar
cual cultureta y recomendar a Eels a todo el que necesite un
recordatorio de que quizá es el momento de vivir.
Pero Amaral no solo aportó bandas internacionales a mi imaginario. No.
De forma colateral, actuaron también en campos más próximos.
Durante una de las infames colas -Guadalajara, 43º a la sombra, hace
horas que el agua y los víveres se terminaron, hallarán nuestros
cadáveres calcinados- debatimos sobre el absurdo de la situación:
-¿Qué tiene Amaral para que hagamos esto por ellos?
-preguntó otra amiga.
-El factor maño -respondí.
Les hizo gracia y me preguntaron si el concepto era mío. Tuve que
reconocer que no, se lo había oído a una jotera en el programa de
Buenafuente. Les hablé de Carmen París sin apenas
idea de quién era. Alguien hizo el consabido comentario de "Tú no
has escuchado jota fussion en tu vida, no hay valor de ir a un concierto".
Soy de Aragón: a cabezota es difícil ganarme. Al mes siguiente
acudí al inicio de gira de "Ejazz con Jota" y, por primera vez,
lloré de emoción (una septuagenaria me ofreció su
pañuelo, en mi vida hasta los momentos de epifanía tienen un deje
patético).
Sucedió diferente con Rozalén. Amaral anunció
un concierto sorpresa en una radio y para conseguir las invitaciones,
debías estar atento a los anuncios durante su programación.
Enchufé los auriculares y sin pausa durante días. Fue como
comprar ropa interior en el rastro: muy pocas probabilidades de éxito
y muchas de salir escocido. Por eso, en cuanto "Comiéndote a besos" de Rozalén saltó a mis
oídos compré el que fue su disco debut. Y conseguí las
dichosas entradas, por cierto.
La tropa amaralera hablábamos mucho de todo aquello: la música
que descubríamos, grupos similares, posibles conciertos que compartir
juntos… Apuramos esos años salvajes sabiendo que
difícilmente se repetirían. Y así sucedió. Desde que
aquella gira terminó, no hemos vuelto a coincidir en un concierto de
Amaral; por motivos laborales, familiares o quizá porque siempre
supimos que ese era nuestro disco. Fue entonces, al asumir que el
propósito de mi vida ya no pasaba por agendar el próximo
concierto, cuando pude ver en perspectiva todo lo que han aportado a mi
vida.
Casi toda la música que escucho suena a Amaral sin ser Amaral. Un
comentario jocoso, una recomendación literaria, una bandera firmada
que actuó como abrigo y cobijo… Esas pequeñas casualidades
que paradójicamente lo hacen todo mucho más permanente. Nos
unió como a una familia disfuncional pero muy feliz que brincaba de
concierto en concierto entre gritos, abrazos, hipotermias e insolaciones
(las habría, pero no recuerdo una sola fila en la que corriera una
agradable brisa mientras los rayos del sol calentaba nuestros huesos).
Por ese bagaje común, cuando hace unos meses Amaral tocó en mi
ciudad y algunos amigos vinieron, me advirtieron que corría riesgo de
recaída. Que me emocionaría cuando sonara la Velvet
. Una parte de mí deseaba que así fuera, que volvieran aquellos
años. Pero ¿sabéis qué? No sucedió. El concierto
fue espectacular y disfruté mucho, pero no como en aquella época.
Lo agradecí. Dicen que al lugar donde fuiste feliz no deberías
regresar y así es: no es necesario volver porque ya forma para de ti.
Quizá no he necesitado saltar al color porque, en tiempos mucho
más grises, Amaral ya nos regaló la luz y la euforia.
Texto y Foto: Marta Asensio.